De sopetón. Sin pensar. Salió esto.
El peso del dolor es una onza
más que el de la vejez esta mañana
jugando a escondidas con el devenir de esta balanza.
Dos platos sin cubiertos,
el atalante de mis hombros quedó en cargar con mis años perdidos,
con mis páginas más sucias, con el minuto del verdugo,
con los espejos que quemaron de tanta desnudez
y los zapatos gastados.
La sangre seca de mi camisa, las cenizas de las fotografías,
la broza acumulada en el as de corazones
que se pudre en la manga de un traje
que lleva el difunto que fui.
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