06 septiembre 2004

Daría mi vida por haber escrito este poema. Pero no lo he hecho. Y ha sido David Eloy Rodríguez el que lo ha hecho por mí. Él es el que ha puesto palabras a este milagro. Gracias, hermano. Nos has hecho llorar, nos has hecho reír.

A veces sucede. Algo quiebra el mecanismo
cotidiano de la desolación y sucede.
Se despista la terca ley de la distancia
y dos cualquiera se encuentran,
sin saber cómo, sin casi pretenderlo.
Conversan, se ríen, se sorprendenden
de no desconfiar en absoluto,
se entregan a lo que van inventando
como si estuvieran protagonizando el Génesis.
Todo es muy extraño, piensan para adentro
en los raros momentos en que se les aparta la alegría
porque vuelve a asaltarles la costumbre.
Pero el milagro sigue.
No detienen el juego por ahora.
Pasean, deletrean el alfabeto de su inocencia,
balbucean sus nombres nuevos, sus sueños viejos,
cantan estribillos de canciones tontas
y les parece extraordinariamente divertido,
se olvidan de comer, hablan sin parar de la hermosura,
se conmueven cada vez en los silencios.
Suele haber en estos casos una ciudad
que va dando pasos lentos hacia la noche y luego
pasos un poco más rápidos hacia el alba.
El alba mientras tanto aguarda tranquila,
en su sitio, con su guadaña.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Daría mi vida por pasarla junto a ti, no llorar lamentándome toda mi vida, partirle la guadaña en las espaldas a la puta alba...pomulismo (cuando se pueda)

Daniel dijo...

Uau...