Belén Gopegui
Cádiz Rebelde/Rebelión/La Jiribilla/Cuba Debate
Buenas tardes. Mi más sincera gratitud al Colectivo Cádiz Rebelde y a la Asociación de Solidaridad con Cuba de Puerto Real por haber organizado estas jornadas.
No voy a hablarles tanto de intelectual como del novelista, que es lo que soy, “los novelistas”, la novelista en este caso, “y Cuba”.También voy a hacerles una proposición.
Voy a contarles el caso de una novelista que hace unos meses pronunció una conferencia titulada “Retaguardia y ficción”. Habló allí de la posibilidad de un arte que trabajara en la retaguardia. Con esa palabra no se refería a convencionalismos formales ni tampoco a una actitud de cobarde retirada. La retaguardia trabaja para el frente. Pero la retaguardia lo hace desde su posición, desde las tareas que le han sido encomendadas y que mejor puede llevar a cabo.
Trabajar en la retaguardia en la novela sería no hacer propuestas, ni siquiera hacer excesivas refutaciones sino buscar aquellas zonas de la realidad en donde la acción -y no el arte- ha empezado a desplazar los límites y trabajar ahí, trabajar para afianzar ese desplazamiento.
La novelista, decidida a buscar uno de esos espacios donde la acción hubiera desplazado los límites, en aquella conferencia contó que había escogido escribir una novela que tratara, entre otros, el tema de la revolución cubana en el año 2003. “Desde luego”, dijo entonces, “no me han encargado esa novela en Cuba, no se han puesto en contacto conmigo para que la escriba y tal vez no les guste. Es más, ese “tal vez no les guste” es la única legitimidad que tienen los cubanos y mi editor y yo para que la novela pueda ser publicada. Así son las cosas. Pero no tendrían que ser así. No si existiera en España un proyecto revolucionario articulado y capaz de trabajar en todos los frentes”.
Lo cierto es que escribí esa novela y pude utilizar, desde la retaguardia, la sorpresa. Considerando que en otras ocasiones había intentado escribir novela política y el mundo cultural siempre se había empeñado en circunscribirla a los límites estrictamente literarios, imaginaba que ese mundo acogería la novela como si de nuevo se tratara sólo de un proyecto literario, como si los proyectos sólo literarios pudieran existir.
Han sido este conjunto de circunstancias, la ausencia de encargo y el despiste reinante y el camuflaje literario de la novela, las que han permitido que, en un espacio mediático donde los intelectuales apenas nunca pueden hablar de Cuba si no es para cuestionar su proyecto político, se haya abierto un poco de paso un discurso diferente.
Pero estas circunstancias va a ser difícil que se repitan. Por eso la novelista quiere hacerles ahora una proposición.
Se trata de reivindicar el encargo, el arte por encargo y la conciencia de que la retaguardia trabaja para el frente. Ya sé que inmediatamente muchos de ustedes asociarán esto con el arte funcionarial tan denostado, el arte en donde al novelista se le propone que haga una novela sobre la recolección de la cosecha en Ucrania. Sin duda, la propuesta que les hago tendría que incorporar la experiencia y los errores de la revolución soviética. Pero me interesa decirles que el modelo contrario ya lo conocemos. La exaltación del individualismo y de la libertad del artista no es sino una forma de encubrir el modo en el que hoy los artistas, los novelistas, los guionistas, salimos a la plaza del mercado como antes hacían los jornaleros.
Salimos a vendernos, salimos a comprobar si hemos acertado con un encargo que no se formula explícitamente pero que está ahí. Y mientras se malbaratan cientos de miles de proyectos de quienes no han acertado, algunos otros triunfan: hombre, mira qué bien, aquí tenemos la novela que por fin legitime la visión de que la guerra civil española fue una guerra entre hermanos y todos la perdieron por igual: etcétera.
Además, y de paso, con este salir al mercado a ver si nos compran reafirmamos la ilusión de que somos libres, de que escribimos sobre lo que queremos, o mejor, dicho en la jerga dominante, sobre lo que nos obsesiona, sobre los temas y los personajes que se apoderan de nosotros y nos usan como mediums: ellos sí, los temas sí, las obsesiones sí, los capitalistas, en cambio, no.
El modelo que propongo niega la ideología de la inspiración y acepta la posibilidad de construir ficciones teleológicas, ficciones que se organizan de acuerdo con un fin al modo en que también se construyen y se organizan los sueños de que hablaba Lenin citando a Pisarev: “El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías”.
¿Y este modelo, en la práctica, cómo se lleva a cabo? En la práctica no se lleva a cabo. No, qué yo sepa, desde los proyectos revolucionarios. Lo hacen ahora algunas oenegés cuando encargan libros con cuentos sobre el trabajo infantil o cosas parecidas. Pero no es a eso a lo que estoy refiriéndome. Supongo que estoy refiriéndome a establecer una conexión entre las organizaciones revolucionarias y los productores de ficciones. Y supongo que sólo al oírlo hay quien ya se ha escandalizado pues el artista, piensa, debe conservar su independencia. Pero ya he contado, y lo podemos discutir después todo lo ampliamente que quieran, que no existe en el capitalismo la independencia del artista. Por lo tanto, difícilmente va a poder conservarla. Aún así, los errores que se cometieron, y el abuso que del relato de esos errores ha hecho el imperialismo, han logrado que el prejuicio sea alto, y que el pánico a cualquier cosa que suene a realismo socialista sea tan absoluto, que aún existiendo proyectos políticos revolucionarios sea difícil, sea casi imposible, que se atrevan a entrar en contacto con los productores de ficciones y proponernos temas. Hay terror a esta idea que estoy diciendo. Pero la historia no pasa en vano, y algo tenemos que haber aprendido de los errores del realismo socialista, y de las absolutamente flagrantes ausencias del realismo capitalista.
Yo les hablo aquí para intentar que entre todos superemos ese prejuicio y ese pánico. Puesto que no tenemos el dinero ni los medios, tengamos estrategia y organización.
Salvando las distancias gigantescas, es útil recordar que el Manifiesto Comunista se escribió por encargo: En carta del 24 de enero de 1848, un grupo de obreros políticamente organizados escribía: “El comité central (de la Liga de los comunistas), por la presente, encarga al comité regional de Bruselas que comunique al ciudadano Marx que si el manifiesto del partido comunista, del cual asumió la redacción en el último congreso, no ha llegado a Londres el primero de febrero del año actual (1848), se tomarán las medidas pertinentes contra él. En el caso de que el ciudadano Marx no cumpliera su trabajo, el comité central solicitará la inmedita devolución de los documentos puestos a disposición de Marx”. Firmaban aquella carta un zapatero, un relojero y un viejo militante comunista, y nosotros, que no creemos, o al menos yo no creo, en la esencia del individuo aislado, deberíamos recordar siempre que esos militantes fueron tan autores del manifiesto como Marx y Engels.
Salvando las distancias, si nos organizáramos, si supiéramos hacer que a una novela sobre Cuba hubiera precedido otra sobre otra cuestión relacionada y le hubiera seguido una obra de teatro, quizá nuestra capacidad de influencia fuera más alta.
No es la primera vez que hago esta proposición. Nunca me contesta nadie. Puede que algunos piensen que lo que yo quiero es quitarme trabajo, el trabajo de pensar el tema, que es un trabajo a ratos cansado. Pero prometo formalmente aquí que no se trata de eso. Tanto yo como algunos otros autores estaríamos dispuestos, creo, a hacer propuestas a partir de las cuales tomar decisiones entre todos. Lo haríamos si un día, en el marco de los movimientos revolucionarios, empezásemos a atrevernos a hablar del arte no como de una emanación espontánea del espíritu o sino como del lugar en donde, junto con otros tantos, se tejen de forma deliberada los sueños y los proyectos de que estamos hechos.
Decir, por último, que hago esta proposición hoy aquí, en unas jornadas sobre cultura y libertad en Cuba, como una forma de contar que los intelectuales, o al menos los novelistas, en España estamos bastante perdidos, y que cuando apoyamos la revolución cubana lo hacemos, fundamentalmente, porque la necesitamos, porque esperamos aprender de ella y porque confiamos en que un día su proyecto y el nuestro sean uno solo. Muchas gracias.
No voy a hablarles tanto de intelectual como del novelista, que es lo que soy, “los novelistas”, la novelista en este caso, “y Cuba”.También voy a hacerles una proposición.
Voy a contarles el caso de una novelista que hace unos meses pronunció una conferencia titulada “Retaguardia y ficción”. Habló allí de la posibilidad de un arte que trabajara en la retaguardia. Con esa palabra no se refería a convencionalismos formales ni tampoco a una actitud de cobarde retirada. La retaguardia trabaja para el frente. Pero la retaguardia lo hace desde su posición, desde las tareas que le han sido encomendadas y que mejor puede llevar a cabo.
Trabajar en la retaguardia en la novela sería no hacer propuestas, ni siquiera hacer excesivas refutaciones sino buscar aquellas zonas de la realidad en donde la acción -y no el arte- ha empezado a desplazar los límites y trabajar ahí, trabajar para afianzar ese desplazamiento.
La novelista, decidida a buscar uno de esos espacios donde la acción hubiera desplazado los límites, en aquella conferencia contó que había escogido escribir una novela que tratara, entre otros, el tema de la revolución cubana en el año 2003. “Desde luego”, dijo entonces, “no me han encargado esa novela en Cuba, no se han puesto en contacto conmigo para que la escriba y tal vez no les guste. Es más, ese “tal vez no les guste” es la única legitimidad que tienen los cubanos y mi editor y yo para que la novela pueda ser publicada. Así son las cosas. Pero no tendrían que ser así. No si existiera en España un proyecto revolucionario articulado y capaz de trabajar en todos los frentes”.
Lo cierto es que escribí esa novela y pude utilizar, desde la retaguardia, la sorpresa. Considerando que en otras ocasiones había intentado escribir novela política y el mundo cultural siempre se había empeñado en circunscribirla a los límites estrictamente literarios, imaginaba que ese mundo acogería la novela como si de nuevo se tratara sólo de un proyecto literario, como si los proyectos sólo literarios pudieran existir.
Han sido este conjunto de circunstancias, la ausencia de encargo y el despiste reinante y el camuflaje literario de la novela, las que han permitido que, en un espacio mediático donde los intelectuales apenas nunca pueden hablar de Cuba si no es para cuestionar su proyecto político, se haya abierto un poco de paso un discurso diferente.
Pero estas circunstancias va a ser difícil que se repitan. Por eso la novelista quiere hacerles ahora una proposición.
Se trata de reivindicar el encargo, el arte por encargo y la conciencia de que la retaguardia trabaja para el frente. Ya sé que inmediatamente muchos de ustedes asociarán esto con el arte funcionarial tan denostado, el arte en donde al novelista se le propone que haga una novela sobre la recolección de la cosecha en Ucrania. Sin duda, la propuesta que les hago tendría que incorporar la experiencia y los errores de la revolución soviética. Pero me interesa decirles que el modelo contrario ya lo conocemos. La exaltación del individualismo y de la libertad del artista no es sino una forma de encubrir el modo en el que hoy los artistas, los novelistas, los guionistas, salimos a la plaza del mercado como antes hacían los jornaleros.
Salimos a vendernos, salimos a comprobar si hemos acertado con un encargo que no se formula explícitamente pero que está ahí. Y mientras se malbaratan cientos de miles de proyectos de quienes no han acertado, algunos otros triunfan: hombre, mira qué bien, aquí tenemos la novela que por fin legitime la visión de que la guerra civil española fue una guerra entre hermanos y todos la perdieron por igual: etcétera.
Además, y de paso, con este salir al mercado a ver si nos compran reafirmamos la ilusión de que somos libres, de que escribimos sobre lo que queremos, o mejor, dicho en la jerga dominante, sobre lo que nos obsesiona, sobre los temas y los personajes que se apoderan de nosotros y nos usan como mediums: ellos sí, los temas sí, las obsesiones sí, los capitalistas, en cambio, no.
El modelo que propongo niega la ideología de la inspiración y acepta la posibilidad de construir ficciones teleológicas, ficciones que se organizan de acuerdo con un fin al modo en que también se construyen y se organizan los sueños de que hablaba Lenin citando a Pisarev: “El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías”.
¿Y este modelo, en la práctica, cómo se lleva a cabo? En la práctica no se lleva a cabo. No, qué yo sepa, desde los proyectos revolucionarios. Lo hacen ahora algunas oenegés cuando encargan libros con cuentos sobre el trabajo infantil o cosas parecidas. Pero no es a eso a lo que estoy refiriéndome. Supongo que estoy refiriéndome a establecer una conexión entre las organizaciones revolucionarias y los productores de ficciones. Y supongo que sólo al oírlo hay quien ya se ha escandalizado pues el artista, piensa, debe conservar su independencia. Pero ya he contado, y lo podemos discutir después todo lo ampliamente que quieran, que no existe en el capitalismo la independencia del artista. Por lo tanto, difícilmente va a poder conservarla. Aún así, los errores que se cometieron, y el abuso que del relato de esos errores ha hecho el imperialismo, han logrado que el prejuicio sea alto, y que el pánico a cualquier cosa que suene a realismo socialista sea tan absoluto, que aún existiendo proyectos políticos revolucionarios sea difícil, sea casi imposible, que se atrevan a entrar en contacto con los productores de ficciones y proponernos temas. Hay terror a esta idea que estoy diciendo. Pero la historia no pasa en vano, y algo tenemos que haber aprendido de los errores del realismo socialista, y de las absolutamente flagrantes ausencias del realismo capitalista.
Yo les hablo aquí para intentar que entre todos superemos ese prejuicio y ese pánico. Puesto que no tenemos el dinero ni los medios, tengamos estrategia y organización.
Salvando las distancias gigantescas, es útil recordar que el Manifiesto Comunista se escribió por encargo: En carta del 24 de enero de 1848, un grupo de obreros políticamente organizados escribía: “El comité central (de la Liga de los comunistas), por la presente, encarga al comité regional de Bruselas que comunique al ciudadano Marx que si el manifiesto del partido comunista, del cual asumió la redacción en el último congreso, no ha llegado a Londres el primero de febrero del año actual (1848), se tomarán las medidas pertinentes contra él. En el caso de que el ciudadano Marx no cumpliera su trabajo, el comité central solicitará la inmedita devolución de los documentos puestos a disposición de Marx”. Firmaban aquella carta un zapatero, un relojero y un viejo militante comunista, y nosotros, que no creemos, o al menos yo no creo, en la esencia del individuo aislado, deberíamos recordar siempre que esos militantes fueron tan autores del manifiesto como Marx y Engels.
Salvando las distancias, si nos organizáramos, si supiéramos hacer que a una novela sobre Cuba hubiera precedido otra sobre otra cuestión relacionada y le hubiera seguido una obra de teatro, quizá nuestra capacidad de influencia fuera más alta.
No es la primera vez que hago esta proposición. Nunca me contesta nadie. Puede que algunos piensen que lo que yo quiero es quitarme trabajo, el trabajo de pensar el tema, que es un trabajo a ratos cansado. Pero prometo formalmente aquí que no se trata de eso. Tanto yo como algunos otros autores estaríamos dispuestos, creo, a hacer propuestas a partir de las cuales tomar decisiones entre todos. Lo haríamos si un día, en el marco de los movimientos revolucionarios, empezásemos a atrevernos a hablar del arte no como de una emanación espontánea del espíritu o sino como del lugar en donde, junto con otros tantos, se tejen de forma deliberada los sueños y los proyectos de que estamos hechos.
Decir, por último, que hago esta proposición hoy aquí, en unas jornadas sobre cultura y libertad en Cuba, como una forma de contar que los intelectuales, o al menos los novelistas, en España estamos bastante perdidos, y que cuando apoyamos la revolución cubana lo hacemos, fundamentalmente, porque la necesitamos, porque esperamos aprender de ella y porque confiamos en que un día su proyecto y el nuestro sean uno solo. Muchas gracias.