En plena agitación universitaria de los años sesenta, un viejo profesor se ve implicado en un confuso incidente que provoca su expatriación. La reconstrucción de su peripecia saca a la luz la inexplicada desaparición de un estudiante. Hasta aquí, podría parecer un mero retrato de la represión franquista. Sin embargo, los testimonios de reprimidos y represores, víctimas y beneficiarios del régimen, en constante diálogo con el lector —y con el autor mismo— sitúan la controversia sobre la memoria en un infrecuente lugar: la memoria no es aquí respuesta, sino la única pregunta válida.
El vano ayer está muy lejos de ser otra novela sobre nuestro pasado reciente. Es una original aproximación al franquismo proyectada sobre sus consecuencias aún vigentes y basada en una apuesta formal contraria a la frecuente aceptación literaria de esquemas preconcebidos. Sorprendente y movediza, supone una llamada de atención sobre las trampas de una memoria sentimental y decorativa que desemboca en formas próximas a la nostalgia y anula por igual responsabilidad y sufrimiento.
Ofrece, aspectos poco habituales en la narrativa reciente. En primer lugar, no existe un relato lineal, Existe un proceso continuo de desconstrucción. El autor entra en el relato, apela al lector , muestra los caminos posibles que podría seguir, da entrada a voces diversas y a versiones radicalmente distintas de los hechos –incluso utilizando en algún caso el artificio de las dos columnas paralelas y de contenido contradictorio, somete la materia narrativa a toda clase de vaivenes y parodias librescas y la sirve cuidadosamente desvertebrada Es como si asistiéramos a un experimento análogo al de Gide en Les faux monnayeurs, actualizado y enriquecido por consideraciones implícitas acerca del carácter problemático de la verdad y de sus relaciones con la ficción, y donde el autor se ha valido de mecanismos narrativos muy estudiados por la teoría literaria, como la perspectiva y el punto de vista que introducen un factor de incertidumbre en los hechos expuestos.
Mediante la fórmula de la novela en marcha, y utilizando una ironía que realza los aspectos más trágicos de la narración, Isaac Rosa expone los cimientos, los mecanismos de la novela, para que el lector sea consciente de ciertos espejismos —nada inocentes— y decida si quiere caer en ellos.
El vano ayer está muy lejos de ser otra novela sobre nuestro pasado reciente. Es una original aproximación al franquismo proyectada sobre sus consecuencias aún vigentes y basada en una apuesta formal contraria a la frecuente aceptación literaria de esquemas preconcebidos. Sorprendente y movediza, supone una llamada de atención sobre las trampas de una memoria sentimental y decorativa que desemboca en formas próximas a la nostalgia y anula por igual responsabilidad y sufrimiento.
Ofrece, aspectos poco habituales en la narrativa reciente. En primer lugar, no existe un relato lineal, Existe un proceso continuo de desconstrucción. El autor entra en el relato, apela al lector , muestra los caminos posibles que podría seguir, da entrada a voces diversas y a versiones radicalmente distintas de los hechos –incluso utilizando en algún caso el artificio de las dos columnas paralelas y de contenido contradictorio, somete la materia narrativa a toda clase de vaivenes y parodias librescas y la sirve cuidadosamente desvertebrada Es como si asistiéramos a un experimento análogo al de Gide en Les faux monnayeurs, actualizado y enriquecido por consideraciones implícitas acerca del carácter problemático de la verdad y de sus relaciones con la ficción, y donde el autor se ha valido de mecanismos narrativos muy estudiados por la teoría literaria, como la perspectiva y el punto de vista que introducen un factor de incertidumbre en los hechos expuestos.
Mediante la fórmula de la novela en marcha, y utilizando una ironía que realza los aspectos más trágicos de la narración, Isaac Rosa expone los cimientos, los mecanismos de la novela, para que el lector sea consciente de ciertos espejismos —nada inocentes— y decida si quiere caer en ellos.
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