No somos hojas de hierba.
Hierba, sí:
la hierba de las quemaduras,
el diente de león,
el rabo de zorra,
la bolsa de pastor,
la cebada de las ratas
y los ojos de los sembrados.
Hierba, sí:
la que no nace de mano de hombre
ni se educa en invernaderos
ni se vende en los escaparates de las floristerías.
Hierba, sí:
la que avanza desde las profundidades de las cunetas,
estropea vuestra conciencia de la realidad
y os esclaviza a las tijeras de podar
o a la guadaña.
No somos, vuelvo a repetirlo, hojas de hierba.
Hierba, sí.
Pero mala.
La mala hierba.
La que también, a veces, crece en el campo.
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