Durante años y años cosechamos la
muerte de los nuestros en los campos chiapanecos, nuestros hijos morían por una
fuerza que desconocíamos, nuestros hombres y mujeres caminaban en la larga
noche de la ignorancia que una sombra tendía sobre nuestros pasos, nuestros
pueblos caminaban sin verdad ni entendimiento. Iban nuestros pasos sin destino,
solos vivíamos y moríamos.
Los más viejos de los viejos de
nuestros pueblos nos hablaron palabras que venían de muy lejos, de cuando
nuestras vidas no eran, de cuando nuestra voz era callada. Y caminaba la verdad
en las palabras de los más viejos de los viejos de nuestros pueblos. Y aprendimos
en su palabra de los más viejos de los viejos que la larga noche de dolor de
nuestras gentes venía de las manos y palabras de los poderosos, que nuestra
miseria era riqueza para unos cuantos, que sobre los huesos y el polvo de
nuestros antepasados y de nuestros hijos se construyó una casa para los
poderosos, y que a esa casa no podía entrar nuestro paso, y que la luz que la
iluminaba se alimentaba de la oscuridad de los nuestros, y que la abundancia de
su mesa se llenaba con el vacío de nuestros estómagos, y que sus lujos eran
paridos por nuestra miseria, y que la fuerza de sus techos y paredes se
levantaba sobre la fragilidad de nuestros cuerpos, y que la salud que llenaba
sus espacios venía de la muerte nuestra, y que la sabiduría que ahí vivía de
nuestra ignorancia se nutría, que la paz que la cobijaba era guerra para
nuestras gentes, que vocaciones extranjeras la llevaban lejos de nuestra tierra
y nuestra historia.
C C R I - C GE Z L N
(14 de febrero de 1994)
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