(...)
—Una cosa viene a ser lo que ya te he dicho, todo eso. Más o menos, claro. Porque es que así contado como que. Bueno, pues eso: Que los poemas, por más que le pese a más de tres, no salen del alma, no son fruto de un espíritu que venga usted a saber qué viene a ser. Y esto es preciso repetirlo de tanta trinchera enemiga como tenemos en nuestro interior más cotidiano y visceral. Que los poemas hay que hacerlos. Con las manos, con las lenguas. Con palabras como golpes: golpe duro o golpe tierno. Y arriesgando en los discursos. Con conciencia y corazón. Con palabras cercanas que resistan y ayuden a la vida mientras se rompe el cerco sin violencias. Que los poemas son cacharros útiles para la vida, artefactos de canto y cuento. Y que hay que hacerlos con más o menos destreza, según factura de cada cual, para que canten y cuenten, pero hay que hacerlos. Desmentir falsas verdades, confirmar mentiras ciertas. Llamar bribón al bribón y amiga a la amiga, mezclar atardeceres y nenúfares con trampas y guiñapos, eso hay que hacer en un poema, no sé. Vale, vale, de lo de la otra cosa, sí, que qué —sólo estaba resumiendo un poco todo lo anterior. A ver: La otra cosa que me parece hemos sacado en claro la gente del taller de octubre a ahora: La certeza y la confianza en la capacidad real de movilización social e intervención concreta que tienen los textos sobre gentes y espacios, aparte de su potencialidad llamémosla terapéutica en lo que a lo subjetivo toca. Podría ser algo así como: De las lecturas/escrituras interiores a una lectura/escritura en común, a una lectura en acción, a una escritura intervención directa y concreta sobre la realidad personal y colectiva. Acción hacia fuera o acción hacia dentro. Porque es que esto tiene mucho que ver también con lo de los golpes. Fíjate: Un buen poema nos emociona (golpe encajado en el estómago), nos conmociona (golpe encajado en la cabeza). Nos golpea a fin de cuentas o nos sirve para golpear sin puños, con palabras certeras, sin violencias, como te estoy diciendo, pero golpeando a la muerte y sus secuaces, a la ignorancia y a la estupidez. Al enemigo nuestro que albergamos dentro incluso de nosotras mismas, sí, también.
Luis Melgarejo
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