05 diciembre 2004

Vendrán más años y los harán más ciegos- Wu Ming 6



Afirmaba Walter Benjamin, citando a Lichtenberg: "no son las opiniones de un hombre lo que importa, sino el tipo de hombre que estas opiniones hacen de él". El día 15 de abril de 2002, tras conocerse la derrota de los golpistas y el regreso de Hugo Chávez a Miraflores, El Mundo publicó una columna muy acorde con la línea editorial de la prensa española con respecto al golpe de estado. Gabriel Albiac hacía un paréntesis en su apología sionista, daba respiro a la sublimación elitista y desencantada y se centraba en un abyecto tratado de desprecio: el filósofo insultaba de forma inequívocamente racista a un presidente mestizo elegido democráticamente con una transparencia que nunca hubiera anhelado Bush -ni su hermano- el día de su primera elección como presidente. El filósofo, tan marxista él, se hizo cómplice del racismo de la clase alta latinoamericana, de los golpistas opositores, del imperio partícipe y de todos aquellos demócratas de Venezuela que suelen llamar al hombre que ha ganado en cinco años ocho elecciones “el mono”.
La saña mediática y la campaña de desprestigio de falsimedia fue inaudita, excesiva y rigurosamente difamadora durantes los días del golpe. Pero nadie como Albiac destapó y dio cima a los verdaderos sentimientos de tantos medios de comunicación. La estadística es tajante: Chimpancé (3 veces), gorila o infragorila (3), bestia, homínido, cacho de carne sudorosa, infrahumano (2), simio, matarife (2), asesino. A “Vuelve el Chimpancé”, le siguió “Orangután y estrella”: «Juzga el señor embajador de Chávez ser racista que un dictador aparezca aludido bajo metáforas simiescas en un texto mío. Y está en todo su derecho». La clave estaba en una cita de Malraux de 1951: todos somos bestias, orangutanes. Sólo el ejercicio de la libertad puede convertir a un orangután en un Rembrandt. Pero, «en todo dictador, predomina la bestia sobre el hombre». Chávez, «infragorila balbuciente», eligió este otro camino.
Esta semana Albiac volvió a tratar el tema de Chávez con motivo de su visita y a propósito de las declaraciones de Moratinos. Pero esta vez fue más cuidadoso, menos ruidoso, en su perorata razonada en el diario de Ansón. A los parcos “Tirano Banderas”, algún “vomitivo” y a “déspota de pistolón, que sólo en su privada tele canta sus boleros” (sorprende la contención conociendo su destreza en el insulto) se le unió el recurso comparativo con Mohammed VI, vil sátrapa consentido de los líderes del primer mundo y heredero de sanguinario padre, retratado vívidamente en el libro de Gilles Perrault, “Nuestro amigo el rey”. “¿Qué extraña pulsión suicida lleva a la izquierda europea a anhelar el triunfo militar de las corrientes políticas y religiosas más reaccionarias del planeta?” se preguntaba Albiac hace años, identificando, como Orianna Fallaci, el Islam en su totalidad y a todos los musulmanes con un anacronismo aniquilable enteramente. ¿Alguien se pregunta por qué esa extraña pulsión lleva a los excomunistas europeos, tan conversos, y a todo reaccionario de nuevo cuño, a anhelar el triunfo militar de los poderes más avasalladores y también reaccionarios del planeta?
¿La manipulación mediática sobre el golpe de estado, del sabotaje a la PDSVA, el triunfo referéndum revocatorio (incluso Carter dixit), el asesinato de Danilo Anderson? Ninguno de esos temas ha sido tratado con rigor analítico por el doxólogo Albiac en sus columnas. El filósofo silencia bajo el narcisista sermón cascarrabias, bajo la sublimación de un estilo que delata en cada línea su escritura mediocre, la realidad venezolana con el tamiz de la mentira, la difamación y el insulto. Comenta Albiac de pasada la llamada “mordaza” de los medios de la oposición: Chávez no ha cerrado ni una sola de las bocas –al parecer hermanas del filósofo- que cotidianamente escupen insultos y mentiras. El único canal de televisión clausurado en Venezuela, el canal 8, no fue víctima de Chávez sino de quienes usurparon su presidencia, por un par de días, en el fugaz golpe de Estado de abril del año 2002.
Hablaba Higinio Polo de la lucidez del converso en un articulo magnífico. Desde Talleyrand, Jacques Doriot, Nicola Bombacci a Vargas Llosa las revelaciones por el camino de Damasco han sido muchas y en demasiadas se cumplía eso que afirmaba Brecht de “borra todas las huellas y escupe sobre tus compañeros de ayer”. Ejemplos como los de Horst Mahler, de abogado ultraizquierdista al NPD, Robert Ménard, jefe de Reporteros sin Fronteras, antiguo militante de extrema izquierda, que ahora milita contra Cuba.
Juguemos. ¿Antiguo comunista; después, socialista con Solana; ahora, periodista del ABC y votante del PP? ¿Un olvidado político que pasó del Partido Comunista a la derecha? ¿Antigua miembro de Bandera Roja? ¿Militante en la ultraizquierda? Soluciones: César Alonso de los Ríos. O Ramón Tamames O Pilar del Castillo. O Fernando García de Cortázar, Eugenio Trías. O Jon Juaristi, Mikel Azurmendi, Josep Piqué o la misma Celia Villalobos. Por no hablar de Jiménez Losantos, o de Rosa Montero, agradecida colaboradora de las campañas contra Cuba, y qué decir de ese periodista llamado Pío Moa,
No sorprende Albiac en su recorrido intelectual estos últimos años cuando César Vidal le piropea y dice de él que es “la izquierda pensante”. Albiac sabe que su adaptación a la realidad mediática pasaba por entonar la doxología del poder, la codicia por despedazar a antiguos compañeros y parecer como un lama-dandy apesadumbrado con el mundo, evocando sus excesos del pasado en la Rue D’Ulm de manera periódica y repetitiva. Maneja las viejas usanzas del judas y alardea de su nueva fe bajo la sintaxis enrevesada, cursi y rimbombante del renegado. ¿Derrota ontológica? Ni hablar. Albiac se ha puesto del lado de los que nos quieren derrotados y suelta perlas como estas a propósito de la comparecencia del Aznar en la comisión del 11M: “Y hoy, cuando el único gobernante español que ni asesinó ni robó en el último cuarto de siglo comparece para meditar sobre su paradójica derrota y posterior linchamiento, el cuadro de Jan de Baen me vuelve a la retina. Nada hay más odioso para el pueblo que un político decente”. Elitismo cultural y pleitesía con el poderoso en uno del paseante del Rijksmusseum.
No será la primera ni la última porque vendrán más años y los harán más ciegos.

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