Las veintiséis mil lenguas del viaje del submarino amarillo hablarán de Robinho. Debutó el brasileño y ocupará portadas. Las imágenes del sombrero colapsarán las secciones de deportes. Las bicicletas son para el fin del verano y Raúl López no pudo pinchar las ruedas. Dos detalles y un control que vale el gol de la victoria. Un gol demasiado tempranero castiga al Cádiz que no aplaca la expectación ante los futbolistas famosos y que fue un mar de falshes en la banda. Pero poco duraron las usanzas de los fans para transformarse en un brillante “se puede empatar”. El tú a tú existe. Se palpa el gol. Como el juego sucio el los tobillos de un Gravessen que dejaba recados. Lo mejor: la entrega del Cádiz que empata y llega el delirio. Podemos con ellos. Más tarde se impone el dinero de la galaxia que se trajo a un jovencito que gana el producto interior bruto de un país pobre. Se luchó, se jugó bien. En los bares, que apagaban el aire acondicionado y abrían los grifos, queda un murmullo triste pero optimista. Ya llegarán los puntos. Ahora a olvidar a los galácticos con esa consigna que cantaban los Mártires del compás, si España fuera un donut, Madrid no existiría.
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