III
¿Qué se siente en la tormenta cuando uno es el sitio en donde va a caer el rayo? Gente a cielo herido. Acampados en mitad de la vía. Gente en el polvo. Braceros en la tempestad. Viven en avenidas desolladas, viven en cantinas sobre la cuerda floja, viven en la mandíbula desencajada de la ciudad. Ellos esperan los añicos del amanecer pero no esperan nada. Ellos esperan que todo estalle pero no esperan nada. Miradas en un espejo roto, caracolas sin mar. Habitantes de arenas movedizas. Hermanos del filo sin más propiedad que las lágrimas, sin más propiedad que lo perdido, sin más propiedad que lo que resta. Un puño feroz les golpea cada día. Yo sé a quiénes pertenecen las manos que golpean. Yo sé, y usted sabe, quiénes empuñan su muerte lenta, quiénes vierten las paladas de tierra que cubrirán sus ataúdes. Yo sé quiénes les entregan cada día. No hay crónicas de su desalojo. Pero yo sé. Usted sabe.
¿Qué se siente en la tormenta cuando uno es el sitio en donde va a caer el rayo? Gente a cielo herido. Acampados en mitad de la vía. Gente en el polvo. Braceros en la tempestad. Viven en avenidas desolladas, viven en cantinas sobre la cuerda floja, viven en la mandíbula desencajada de la ciudad. Ellos esperan los añicos del amanecer pero no esperan nada. Ellos esperan que todo estalle pero no esperan nada. Miradas en un espejo roto, caracolas sin mar. Habitantes de arenas movedizas. Hermanos del filo sin más propiedad que las lágrimas, sin más propiedad que lo perdido, sin más propiedad que lo que resta. Un puño feroz les golpea cada día. Yo sé a quiénes pertenecen las manos que golpean. Yo sé, y usted sabe, quiénes empuñan su muerte lenta, quiénes vierten las paladas de tierra que cubrirán sus ataúdes. Yo sé quiénes les entregan cada día. No hay crónicas de su desalojo. Pero yo sé. Usted sabe.
De David Eloy Rodríguez
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