27 octubre 2005

La tristeza majestuosa de la tragedia

David Franco Monthiel

El rumor de las viejas palabras griegas, de esa música antigua que nos habla, retuerce y subyuga desde una añeja verdad resonó ayer en el Teatro Falla bajo la hermosa fonética portuguesa. La Antígona de Antunes Filho y de Macunaíma planteó el clásico desde el escaso riesgo de la contemporaneidad y el escándalo controlado de cuerpos desnudos de bacantes fúnebres, un Baco con chaqué blanco a modo de maestro de ceremonias, un coro de ancianos de bombín, máscara y traje y una Antígona en silla de ruedas, anacronismos estos de una fuerza simbólica efectiva y sin estruendos modernotes.
Sintética, frágil en su grandeza de clásico, la obra fluye en unos sesenta minutos por los cauces concretos de la tragedia con una certeza y una verdad que apabulla en estos tiempos donde los ritos se ha quedado sin religiosidad . Muchos dirán que no alcanza el tempo dramático, que no se consuman los lamentos y los crímenes, que se queda a medias en su plasticidad y que es una obra para gentes alejadas del teatro. Pero la poda de Antunes, que alcanza a Eurídice. custodia los más potentes parlamentos que desempolvan emociones y desnudan a tantas verdades de mercadillo y publicidad, al parecer eternas, de la que está sentada en la butaca. Sencilla y directa. Visiones de la totalidad a través del conflicto.
Sin amagos ni pudor, la hermosa poesía de Sófocles nos hunde en la tragedia de una Tebas de nichos y ataúdes, una ciudad necrópolis, macabra metáfora de los archivadores de hormigón donde apenas vivimos; una Tebas de sombríos ritmos de la muerte, de modulaciones y cánticos luctuosos de bacantes que corretean sin pudor por el hades. Allí yacen todos los héroes de las tragedias griegas que suceden cada día.
La sirena se alarga. Baco manda extraer los ataúdes de Antígona, Ismene y Creonte, en guiño al metateatro, y obliga a exhumarse a sus moradores, condenados a representar su historia una vez más. Una enlutada Antígona, de profunda voz, desafía las leyes. Una mujer de voz grave. Creonte, cegado de poder e intransigente a la hora de dejar insepulto un cuerpo, y Antígona, orgullosa de su linaje fraticida, mantienen una pugna irreconciliable que conduce a la destrucción y al sufrimiento. Es el peso que la sangre propia derramada da a las verdades elementales.
Durante los últimos años, Macunaíma y Antunes ha buscado una manera brasileña de interpretar la tragedia griega. Y el acierto es pleno. Ya en 1999, lo intentaron con Fragmentos troianos, un espectáculo sobre las guerras étnicas. Luego montaron dos versiones de Medea, protagonizadas por Juliana Galdino, una madura Antígona, con la destrucción de la naturaleza como tema de fondo.
Un clásico, al fin, que tras la violenta espuma de los hechos, de las muertes, deja un rastro de alga, de basura del naufragio humano que huele a moderación y conciliación como una enseñanza aprendida bajo el trágico ethos. Una obra que investiga y sacude los fundamentos de la propia tragedia de forma accesible a todas nosotras.
Ayer vimos la tristeza majestuosa de la tragedia.
(Juliana Galdino -Antígona- y Arieta Correa -Ismene)