He aquí el mítico cuento de Manuel Ortega (insigne chirigotero, poeta de la sementalidad y creativo publicitario) de su libro "Persiga a esa góndola" (El Sornabique & LF ediciones, Béjar 2002). Disfrútenlo.
a Brad Branson
Larry Spriggs era un pistolero forajido que miraba al horizonte y fumaba en pipa. Tenía unos enormes colmillos negros que abrillantaban su pútrida sonrisa.
La tarde pasaba en Drugstore Rancho y Larry Spriggs no encontraba el sentido de la vida. Sabía que matar era el sentido de la muerte, que saquear el sentido de la huida, que violar el sentido de la ley. Larry Spriggs mascaba tabaco y fumaba en pipa, respectivamente. Una tarde que caía sobre los álamos secos del Drugstore Rancho, apareció una bella damisela vestida con ropa de cicerone y látigo de tender el alma. Observaba con su bello ojo tuerto todo lo que se cernía a su alrededor izquierda, fumaba en pipa y mascaba tabaco, despectivamente. Su corazón latía con la fuerza indómita de 16.000 cabezas de ganado y 12.000 cabezas de carajo, vomitaba con una sola mano, abrazaba de espaldas, ladraba con su bello y agujereado estómago.
Larry Spriggs mascaba tabaco y fumaba en pipa, retrospectivamente. Recordó a su madre cheyenne y a su padre bastardo. Recordó aquellas mañanitas de domingo que le llevaban los dos, cogidos de la mano, a la Plaza de las Flores, a la Plaza Mina y a el Parque Genovés de Drugstore Rancho. Se le vino a la mente y a la boca el sabor de aquellas Mc Cañaillas que tomaban en la Little Fox Street de Drugstore Rancho acompañado de su hermano Lee Harvey y de su pato Howard. recordaba esos pechos rebosantes de pezón de su cheyenne madre, el ensortijado descenso de sus cabellos, su iracunda reacción cuando no se comía los potitos Nutribén de verdura con ternera.
Evocaba aquellos días al observar, mientras mascaba tabaco y fumaba en pipa, en perspectivamente, aquella cojitranca y bella figura de Jennie Coke, la más oscura pistolera que hubiera parido nunca padres mulatos. Cogió su revolver y disparó PI (3,1416...) veces al aire y cayeron a los bellos pies mutilados de su futura amada, las golondrinas que ya no volverán a posarse en ningún balcón. Ella en un gesto de desazón sacó su Winchester 73 Cibona de Zagreb 68 y disparó esta vez coseno de alfa + PT1 cuando el 1 tiende al infinito en una azotea de Levante veces, y se dio en el pie bueno.
Jugaron a no verse por instantes, a no tenerse por tenerse, a garantizar el cielo por nueve semanas y media. Comieron mermeladas de arándanos con frutos silvestres y zumo de piolín alambicado. Se ocuparon del presente y de lo que pasaba en esos momentos. Ya sabemos que la vida es lo que nos sucede mientras estamos haciendo otra cosa.
Larry Spriggs era un pistolero forajido que miraba al horizonte y fumaba en pipa. Tenía unos enormes colmillos negros que abrillantaban su pútrida sonrisa.
La tarde pasaba en Drugstore Rancho y Larry Spriggs no encontraba el sentido de la vida. Sabía que matar era el sentido de la muerte, que saquear el sentido de la huida, que violar el sentido de la ley. Larry Spriggs mascaba tabaco y fumaba en pipa, respectivamente. Una tarde que caía sobre los álamos secos del Drugstore Rancho, apareció una bella damisela vestida con ropa de cicerone y látigo de tender el alma. Observaba con su bello ojo tuerto todo lo que se cernía a su alrededor izquierda, fumaba en pipa y mascaba tabaco, despectivamente. Su corazón latía con la fuerza indómita de 16.000 cabezas de ganado y 12.000 cabezas de carajo, vomitaba con una sola mano, abrazaba de espaldas, ladraba con su bello y agujereado estómago.
Larry Spriggs mascaba tabaco y fumaba en pipa, retrospectivamente. Recordó a su madre cheyenne y a su padre bastardo. Recordó aquellas mañanitas de domingo que le llevaban los dos, cogidos de la mano, a la Plaza de las Flores, a la Plaza Mina y a el Parque Genovés de Drugstore Rancho. Se le vino a la mente y a la boca el sabor de aquellas Mc Cañaillas que tomaban en la Little Fox Street de Drugstore Rancho acompañado de su hermano Lee Harvey y de su pato Howard. recordaba esos pechos rebosantes de pezón de su cheyenne madre, el ensortijado descenso de sus cabellos, su iracunda reacción cuando no se comía los potitos Nutribén de verdura con ternera.
Evocaba aquellos días al observar, mientras mascaba tabaco y fumaba en pipa, en perspectivamente, aquella cojitranca y bella figura de Jennie Coke, la más oscura pistolera que hubiera parido nunca padres mulatos. Cogió su revolver y disparó PI (3,1416...) veces al aire y cayeron a los bellos pies mutilados de su futura amada, las golondrinas que ya no volverán a posarse en ningún balcón. Ella en un gesto de desazón sacó su Winchester 73 Cibona de Zagreb 68 y disparó esta vez coseno de alfa + PT1 cuando el 1 tiende al infinito en una azotea de Levante veces, y se dio en el pie bueno.
Jugaron a no verse por instantes, a no tenerse por tenerse, a garantizar el cielo por nueve semanas y media. Comieron mermeladas de arándanos con frutos silvestres y zumo de piolín alambicado. Se ocuparon del presente y de lo que pasaba en esos momentos. Ya sabemos que la vida es lo que nos sucede mientras estamos haciendo otra cosa.
De repente Jennie separó sus labios del miembro viril de nuestro viril miembro de la historia, alzó la vista y vislumbró que los gunmen habían llegado a Drugstore Rancho. Jack Daniels encabezaba la expedición, bigotudo y lenguaraz, dicharachero y socarrón portando un paquete de alfócingos en la mano diestra. Luego venían Justerini y Brooks, acompañados de Ballantines, caballeros los tres de análoga valía y valor. Los seguía el guapo y dulce aramis de los forajidos, Johnie Walker, suave y conquistador como él solo. Manejaba el revolver y el látigo con una soltura inigualable, inalcanzable para cualquier mortal de los mortales. Cerrando la expedición se encontraba un hispano al que todos llamaban Dyc y el más traidor y ruin pistolero que habitaba sobre la faz de la tierra: Glenn Cova.
Glenn Cova era un mercenario que siempre disparaba al estómago. Glenn Cova había cimentado mediante una gran escala de pequeños robos una considerable fortuna y unos pingües beneficios. Glenn Cova odiaba a Jack Daniels, odiaba a Larry Spriggs y a su cheyenne madre. Se odiaba a sí mismo y a los que le odiaban. Todo el condado conocía su fiereza, su calaña, su filosofía, su nombre su cara y su revolver Vat 69. Pero lo que nadie sabía, solo un particular, autor de esta historia, y los propios interesados, es que él era el que había desgraciado a Jennie Mazagatos para toda la vida. Él era quien había vaciado su ojo derecho, quien había cortado su mano derecha, quien había mutilado su pie derecho, él que había bebido el licor sagrado de su sangre para acto seguido eructarle en su castigado rostro. Él era el que una noche de primavera le juro amor eterno hasta por la mañana, él que la había dejado colgada en el altar mientras los chanchos y las gallinas celebraban la ejecución. Él había sido el culpable de todos los delitos habidos y por haber, era el hijo de puta que a todos nos robó la novia, él que me debe todavía seis talegos desde carnavales.
Larry Spriggs mascaba tabaco y fumaba en pipa, taxativamente. El viento le silbaba una canción a la ropa blanca y tendida sobre los álamos de Drugstore Rancho.
Larry Spriggs observaba cariacontecido la llegada fragorosa de la totalidad de los gunmens a las tranquilas y apacibles aceras de Drugstore Rancho.
Entonces Larry Spriggs buscó en su reloj las horas marcadas y las noches perdidas, las brasas del hogar, el cariño del terreno, la roja y verde sapidez de lo imborrable, el mágico alarido de la ropa blanca tendida sobre los álamos secos, el día en que su madre Cheyenne le estrelló el tarro Nutribén de verdura con ternera en el blanco de los ojos, la tarde en que su padre bastardo se cortó las venas de las uñas, cansado siempre de sacar siete en la quiniela, la noche lánguida en que su hermano Lee Harvey, ahíto de pizza de alcaparras con ciruelas, se hundió por el desagüe tras haber sodomizado a su lindo pato Howard. Tantas verdades y tantas mentiras y ahora ella está con los otros, con los francotiradores, orgasmando alrededor de su cadáver.
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