
Muy lejos
Del sueño anarquista de los peces
Bajante la costa la frontera
Es una alimaña que no duerme
Y acumula restos entre los arrecifes
Mis vecinos
Encuevados de miedo
La aplauden



i fueras un árbol, serías un cedro.





Ella es cóncava, con beso,



por la larga cortina colgada como un sublime animal que ha caído en la trampa, de las destreza de dos árabes con las pelotas, las mazas y de un trapecio en el que se admira la suprema fuerza del trapecista en la extraña danza de apareamiento de los mojinba. Salpicado de ese humor socarrón de los payasos, de la gestualidad mil veces repetida en la pista pero mil veces provocadora de sonrisas cómplices, el Circo Efímero cumple con sus humildes expectativas de artistas itinerantes: pasa un buen rato, ya sea en un festival de teatro que en una plaza céntrica de una ciudad. Acompañan el acordeón y el saxo soplado de tristeza, dotando a la obra de la melancolía de las carpas y el serrín, tan diferentes de los soplidos de los saxofones negros, que hablan de rabia y orgullo.
Sintética, frágil en su grandeza de clásico, la obra fluye en unos sesenta minutos por los cauces concretos de la tragedia con una certeza y una verdad que apabulla en estos tiempos donde los ritos se ha quedado sin religiosidad . Muchos dirán que no alcanza el tempo dramático, que no se consuman los lamentos y los crímenes, que se queda a medias en su plasticidad y que es una obra para gentes alejadas del teatro. Pero la poda de Antunes, que alcanza a Eurídice. custodia los más potentes parlamentos que desempolvan emociones y desnudan a tantas verdades de mercadillo y publicidad, al parecer eternas, de la que está sentada en la butaca. Sencilla y directa. Visiones de la totalidad a través del conflicto.





















